Apenas vi que un ojo me guiñaba la vida
le pedí que a su antojo dispusiera
de mí,
ella me dió las llaves de la ciudad prohibida
yo, todo lo que
tengo, que es nada, se lo dí.
Así crecí volando y volé tan deprisa
que hasta mi propia sombra de vista me perdió,
para borrar mis huellas
destrocé mi camisa,
confundí con estrellas las luces de neón.
Joaquín Sabina